domingo, 16 de agosto de 2009

"MI REINO ES DE ESTE MUNDO"


La confusión de los sentimientos de Zweig me mira inacabado desde la estantería. Como una moto, la vida galopante de John Belushi de Bob Woodward se me atragantó en la página 275 (tiene más de 500) y no parece dispuesto a dar su brazo a torcer (diría, no sin malicia, que la vida de Belushi -y, en cierto modo, el libro- podría resumirse en una frase que aparece -ya que estamos hoy numéricos- en la página 110: "¿Sabes que me gusta hacer? -le dijo una vez-. Pasarme"). Y conseguí terminar a duras penas Journal d'un tricheur, de Sacha Guitry, que, sin embargo, es un librito bien finustico y bien divertido y bien ocurrente.
Así las cosas, la desazón empezaba a embargarme, el malestar a treparme y la preocupación a comerme. ¿Qué demonios (me) estaba ocurriendo?
Así las mismas cosas que hace un rato, he paseado mi mirada de chuchito sin dueño por los lomos pendientes de leer, he sobado libros que estaban desordenadamente amontonados en la pila de los aplazados y he olisqueado con nostalgia la posibilidad de una relectura.
Y, de pronto, milagro, de entre todos los futuribles se asoma uno. Camus. A contracorriente de Jean Daniel. Me llegó hace un par de meses. Lo esperaba con ganas, pero me debió de pillar buceando en algunas otras tripas. Lo miré, lo chupé y lo guardé en la despensa con la misma satisfacción con la que algunos animales acumulan provisiones para los tiempos de vacas flacas. Y sí. Ahí estaba. Esperándome. Quietecito, paciente y obediente. A una orden mía se me desliza entre las manos y ahí empieza todo. Por fin. Oh, sí, gracias. Oh sí. Vuelvo a creer. Los cielos se abren. Vuelvo a estar tocado por la gracia. Oh yeah.


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Días después
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Mi iniciación a Camus fue la 'clásica', con El extranjero y La peste. Y no, no recuerdo la sensación de deslumbramiento que a muchos les produjo. Tenía pocos años. No los suficientes. Mi flechazo vino con Caligula. Tenía 24. Ahí sí. Caí. Cegado ante la clarividencia de Camus. Recuerdo en particular una frase: "de pronto me vino una necesidad de imposible. Las cosas, tal y como son, no me parecen satisfactorias". Menuda manera de resumir la insatisfacción vital, el desasosiego permanente, la frustración ad infinitum. Lo bauticé como el "síndrome Calígula". Entonces Camus se convirtió en algo imprescindible. Aunque fuera, y no lo fue, sólo por Calígula, monsieur Albert había entrado directo en el Olimpo de los/mis dioses. Luego vinieron muchos más. Las obras de teatro, los preciosos y vitales y luminosos ensayitos, el durísimo mito de Sísifo, las novelas, incluso sus espeluznantes reflexiones sobre la pena capital escritas con Arthur Koestler. Y siempre la inaudita capacidad de penetración. Fuera de lo común. Una brutal y contagiosa lucidez. La rara cualidad de resumir la condición humana en una frase. Sentencias de sujeto, verbo y predicado. Nada de fanfarrias innecesarias. Con Camus hay que pararse, volver, retroceder. KO. Como si uno acabara de aprehender alguna verdad universal.
Ay, el recurrente enfrentamiento entre Sartre y Camus. Uno es de Jean Paul o de Albert, como se es de los Beatles o de los Rolling. Yo fui, soy y seré de Camus. Por mucho que digan. Por mucho que haya quien afirme (Umbral entre ellos) que Camus era novelista, sí, pero no filósofo; que Camus era más forma que fondo, el chico malo de las letras, con ese aire a lo Bogart, con esa rebeldía tan adolescente, con esa planta tan cinematográfica. Digan lo que digan. Digan lo que quieran. Camus fue coherente hasta la náusea (permítanme la broma); supo decir que no una y mil veces (cosa de la que muchos intelectuales de su tiempo no pueden vanagloriarse); y en medio de una atmósfera que preconizaba el existencialismo como única vía de escape, él se inventó un nuevo humanismo.
Ahora ya, patente mi amor incondicional y mi veneración absoluta por Camus, digo a todos los que alguna vez le hayan adorado, a todos los que consideren que el periodismo es algo más serio de lo que suele pensarse, a todos los que interese el ambiente histórico y político de aquella Francia, que lean Camus. A contracorriente de Jean Daniel (ojo, es pelín áspero).

Y una frase de René Char que encabeza la segunda parte:
"La lucidez es la herida más cercana al sol".


Nota a pie de página:

Recomiendo El diccionario del demonio, de Ambrose Bierce. De la A la Z, definiciones sarcásticas, irónicas, corrosivas y políticamente incorrectas. Brillantes hallazgos. Ocurrentes ingenios. Ácido cinismo. Para leer a ratos. Para esperar en la consulta del dentista. Para tener en el cuarto de baño. Para combatir los hombres grises del metro. Para hacerse el interesante en el parque.

1 comentario:

El conejo blanco dijo...

No se excuse por preferir a Camus, estimado tapir.
En los mentideros filosóficos cotiza bastante más a la alza que el pesado de Sartre. Si además hablamos de ética, Camus parece un gigante al lado del raterillo de Sartre (vox populi, muchas de sus ideas son "prestadas").
"El hombre rebelde" es lectura obligada para todo aquel que conserve un ápice de inconformismo.

Nota al vuelo:
Bierce! Otro gigante. Su "Club de los parricidas" despliega un ataque más brutal contra la propiedad privada, que todas las obras completas de Marx/Engels.
Este fin de semana Stewie Griffin ha salido del armario. Bierce lo adoptaría, sin duda.