miércoles, 7 de septiembre de 2011

EL RESPLANDOR


El otro día en la piscina, un ex-entrenador de no sé qué me dijo que nadaba bastante bien y que tenía cuerpo de triatleta, 'los purasangres del atletismo' sentenció (que nadie piense en cruising, los tapires somos gente sin sexo, ni cerebro). Ante semejante presentación, ¿cómo no quedarse un rato charlando con esta buena persona mientras nuestros cuerpos se arrugaban bajo el agua? Pues ahí vino una diatriba comparativa de las piscinas de Madrid. Que si cuando inauguraron tal en el año cual, que si la otra es estupenda, que si a esta le faltan un par de calles... Todo esto me trajo a la memoria El nadador, esa excelsa película de Frank Perry protagonizada por Burt Lancaster, y basada en el brillante y homónimo relato de John Cheever. Y así me di cuenta de que jamás le había dedicado una entrada a uno de mis escritores favoritos de todos los tiempos. Descubrí a Cheever no sé bien cómo. Hace mucho tiempo. Lo primero que me leí suyo fue este cuento, El nadador, en una versión fotocopiada. Cheever formaba parte, si no me equivoco, del fondo de catálogo de Bruguera. Y estaba descatalogado e irrescatado. Y ahí se me quedó Cheever. Unos años más tarde, encontré en algún Vips en una bonita edición Crónica de los Wapshot y El escándalo de los Wapshot. Recuerdo que del primero, me leí los primeros capítulos varias veces: no podía creer que un mismo tipo fuera capaz de escribir tan bien tantos estilos diferentes. Cada capítulo parecía un libro distinto de un escritor distinto en un género distinto. Y todos brutales. Luego un buen amigo me regaló en una vieja edición ¡Oh, esto parece el paraíso! que me dejó, de nuevo, con el culo apretado. Unos cuantos años después, emecé desempolvó a Cheever y se propuso reeditar toda su obra. Y ahí redescubrí un mundo absolutamente infinito, una prosa perfecta y una manera de hacer precisa como la de un cirujano. Desolación en estado puro. El fin del sueño americano. El horror silente de las clases acomodadas. Los vacíos. Los de todos. Las apariencias, ah. Todo con sabor a gin tonic y regusto metálico. Y esa manera de usar los adjetivos ('fabulosamente triste' es una de esas combinaciones que lleva una década grabada en mi cabeza). En Cheever no sobra nada. En el momento más inesperado te suelta un derechazo de esos que te dejan loco (veáse Adiós, hermano mío, ¡ese giro final, tan conciso, tan económico, tan parco!). Una vez me dijo Fresán que si la literatura norteamericana fuera un sistema planetario, Cheever sería el sol. Bullet Park, Falconer, La geometría del amor... Deslumbrado... Y, por supuesto sus Relatos. Aún me quedan algunos del segundo volumen y sus Diarios. Los atesoro como un viejo y experimentado yonqui, para cuando no tenga absolutamente nada que llevarme a la boca. De hecho, ahora mismo le voy a hincar el diente a un par de relatos. Espero no cegarme con tanto sol.